LA REPUTACIÓN DE
ESPAÑA. Andrés García Baena a vuela pluma.
A raíz de las recientes
expropiaciones de empresas españolas en Argentina y Bolivia, hemos empezado a
preguntarnos sobre la poca o nula reputación que España tiene en el mundo. Ni que
decir tiene que los ponderables históricos aún pesan en la citada popularidad
de nuestro país. Así, en las antiguas colonias americanas españolas, todavía
pesa nuestra labor realizada en el citado continente en la época de la
colonización. Recientemente he tenido la ocasión de sufrirlo en mis carnes en
un viaje realizado a Perú el pasado mes
de febrero. Allí, para la población indígena sobre todo, lo español
huele a “criador de chancho o cerdo”, término con el que se identifica despectivamente
a Pizarro. Lo peor de todo es que los guías turísticos, y cómo no, los museos
como el recientemente inaugurado metropolitano de Lima, se valora las
aportaciones, al enriquecimiento nacional de Perú, de Francia, Inglaterra,
Italia y China, pero nunca encuentras una palabra de amabilidad o comprensión
hacia España. Las escenas que más se identifican con nuestro país son las de la
inquisición, matanzas y unos amanerados gobernantes masacrando la población
cruelmente. Paralelamente, se mitifica todo lo inca, se habla de comunismo o
socialismo incaico, y no se menciona para nada las culturas que estos pueblos
aplastaron ni su régimen esclavista, eso sí, siempre matizan esclavista pero
colectivista. Ni la fundación de universidades, ni la llegada de la imprenta,
ni las aportaciones literarias y artísticas españolas son reconocidas en su
justo término. Hasta los chinos cantoneses que allí vivieron en régimen de semi-esclavitud
han aportado su pequeño grano de arena en las chifas o restaurantes chino-peruanos;
pero en lo tocante a España, no hay nada más que hablar. Claro que el sesgo
ideológico lo inunda todo, aún recuerdo en 1992 las camisetas que muchos estudiantes
y no estudiantes llevábamos puestas, recordando al común de los mortales, los quinientos
años de opresión de España sobre Latinoamérica; pero si este análisis lo hubiéramos
llevado a su máximo extremo, deberíamos imaginar el perdón que habría que pedir
por la conquista de los fenicios, cartagineses, pueblos godos, almorávides, almohades
y a nivel internacional ni quiero pensarlo. España ha padecido un estereotipo
clásico en el siglo XVI como un país poderoso y temible lleno de gente seria,
espartana, religiosa y con un irregular sentido del humor. En el XIX, en la
época romántica, el estereotipo fue ampliamente forjado por los británicos y,
pasamos a ser un país antiquísimo de grandes tradiciones, con una gran pasión
por la vida, vagos y rígidos de pensamiento. Aún pesa esta carga histórica y
otros muchos condicionantes íntimamente relacionados con nuestra historia
moderna y contemporánea.
Por supuesto que él fenómeno, de
la pérdida de reputación en Sudamérica, está íntimamente relacionado con el
surgimiento de los nacionalismos auspiciados por Venezuela, Bolivia y otros; y,
sobre todo, con el nulo papel que España ha jugado en la formación de sus
respectivas nacionalidades.
No debe de extrañarnos, que la
reputación de España en estos países, haciendo siempre la salvedad de Brasil y
México por causas que no reflejamos por falta de espacio, sea lo más negativa
posible. El Instituto de Reputación, en su informe Country Rep trak 2011. Concluye que tenemos buena reputación para
los chinos, brasileños, mexicanos, franceses y rusos; por el contrario, nuestra
notoriedad es muy baja en Perú, Colombia y Chile; bajando progresivamente en
Argentina y Alemania. El caso más curioso es el de nuestra relación emocional
con los argentinos pues los españoles son los que más los valoran de todo el
orbe, claro después de ellos mismos. Sin embargo, la reputación de España, para
ellos, está en el puesto número 15 de su ranking,
situándose en un 58,4 en una escala de 1 a 100. Excepcionalmente, y siguiendo
el citado informe, los países que más
nos estiman, por este orden, son Puerto Rico, Rusia, Italia, Francia, Reino
Unido, México, Japón Brasil, China, Perú, Canadá, Alemania, EE.UU y Argentina.
Sin embargo, en 2011, nuestra
reputación era relativamente buena, siendo similar a Reino Unido, Italia o
Irlanda. Debemos destacar que nuestro perfil reputacional está destacado en
atributos “blandos” como: Gente amable, estilo de vida atractivo y los relacionados
con el ocio y entretenimiento. Por el contrario, es débil en atributos “duros”
como: Tecnología, marcas y empresas, calidad de productos y entorno económico e
inversor. Todo ello posee un impacto directo en los comportamientos tales como:
país a visitar, para comprar, invertir, estudiar y vivir o trabajar. Y ello,
tiene una relación muy directa con nuestra economía ya que existe una directa
relación entre reputación y comportamiento de apoyo declarado; y por ende entre
reputación y creación de valor económico.
¿Debemos llevar España al
psicólogo para aumentar su autoestima? Parece que es urgente que empecemos a
creer en nosotros mismos para posteriormente relanzar nuestra imagen externa.
En 2008, en una escala entre 1 y 100, nuestra imagen se acercaba para los
españoles a 85 puntos, en 2011 hemos bajado a 70. Contrariamente, nuestra
reputación externa se encontraba sobre 67
puntos y bajó en 2011 a 65. Es decir, el diferencial entre la interna y
la externa estaba en 15 y ahora en 4. Básicamente esta diferencia se debe, más
que a la pérdida exterior a la baja autoestima que tenemos de lo español. Y
siempre, parece pender el mismo elemento, nuestro pobre tejido industrial y
nuestro escaso desarrollo económico en contraoposición a nuestro encanto.
Esta diferencia entra la
valoración externa y la interna se basan en una serie de atributos; así, los propios
españoles valoramos más que los extranjeros: nuestra naturaleza, el sistema
educativo, el ocio, el estilo de vida, la simpatía y la seguridad. Y valoramos
como negativo, más que los foráneos: el entorno institucional y político, el
uso de los recursos, el bienestar social y el respeto internacional
No nos debe extrañar que los miembros del G8,
según el informe, recomienden a España para vivir y para visitar pero bajo
ningún concepto para invertir o comprar.
Muy a pesar de los condicionamientos
estructurales de origen histórico, quizá nos equivocamos cuando en la
Transición política española se debatió, en círculos muy concretos, si nuestra política
exterior debía situarse en la cola del león (Europa) o en la cabeza del ratón
(Sudamérica). Es tarea de todos nosotros, primero defenestrar a los políticos y
mercaderes cuyos intereses condicionan nuestro futuro, y después tomar éste en
nuestras manos para que de una vez recobremos parte de nuestro papel real en el
mundo que nos rodea.
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