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domingo, 12 de junio de 2011

Un romance bellísimo del siglo XV cuyo protagonista se llama Marbella. Andrés García Baena.


Un romance del siglo XV cuyo protagonista se llama Marbella.

Existen dos romances de Doña Arbola y de Marbella (de los cuales el que presentamos es muy superior al primero) son variantes del tema de la perversa madrastra, común en la poesía popular. No se encuentra en las antiguas colecciones castellanas, pero es de los que más abundan en la tradición oral de varias provincias.
En el final se quiere hacer ejemplar mediante el arrepentimiento y penitencia del marido y el perdón de la inocente y ofendida esposa.
Obsérvese que en el romance de Marbella el marido se llama Don Boyso (es decir, Don Bueso). Esta circunstancia sirve para entroncar este romance con otro bellísimo del mismo argumento, que se canta en el Algarbe, y cuyo protagonista se llama Don Bozo.





Marbella
Paseábase Marbella—de la sala al ventanal,
con los dolores de parto—que le hacen arrodillar.
—¡Si yo estuviera allá arriba,—allá arriba en Valledal,
al lado del rey mi padre,—alguno me había aliviar!—
La pícara de la suegra—que siempre la quiso mal:
—Ve parir allá, le dijo,—non te lo puedo quitar,
—¿Y si mi Don Boyso viene,—quién le dará de cenar?
—Yo le daré de mi vino,—yo le daré de mi pan,
cebada para el caballo,—carne para el gavilan.—
Apenas salir Arbola,—Don Boyso entró en el portal.
—¿Dónde está el espejo, madre,—en que me suelo mirar?
—¿Quieres el de plata fina,—o quieres el de cristal;
o lo quieres de marfil,—tambien te lo puedo dar?
—No quiero el de plata fina,—ni tampoco el de cristal,
ni tampoco el de marfil,—que bien me lo podeis dar;
quiero la mi esposa Arbola,—que ella es mi espejo real.
—La tu esposa fué a parir,—fué a parir al Valledal,
como si yo no tuviera—pan y vino, que le dar:
fué preñada de un judío—y a ti te quiere engañar.
[p. 223] Sino me la matas, hijo,—¡oh, que mal hijo serás;
ni conmigo has de vivir—ni mis rentas has gozar!
—¿Cómo he de matarla, madre,—en sin saber la verdad?
—Es tan verdad hijo mío,—como Cristo está en el altar.
Posa la mula en que vienes;—monta en otra, y vete allá.
Por donde le ve la gente,—poquito a poco se va;
por donde no le ve nadie,—corre como un gavilan.
Siete vueltas dió al palacio—sin una puerta encontrar;
al cabo de las diez vueltas,—un portero vino a hallar.
—Albricias vos doy, Don Boyso;—que ya tien un mayoral;
—Nunca el mayoral se críe—ni la madre coma pan.—
Sube para el aposento—donde Doña Arbola está.
—Levántate, Doña Arbola,—levántate sin tardar;
y si no lo faces presto,—tus cabellos lo dirán.—
Doncellas que la vestían—no cesaban de llorar,
doncellas que la calzaban—no cesaban de rezar.
—¡Ay, pobre de mí cuitada,—vecina de tanto mal;
mujer parida de un hora—y la mandan caminar!—
Puso la madre a las ancas—y el niño puso al petral:
el camino por donde iban—todo ensangrentado está.
Siete leguas anduvieron—en sin palabras hablar:
de las siete pa las ocho—Arbola comienza a hablar.
—Pídote por Dios, Don Boyso,—que me dejes descansar;
mira este inocente niño—que finando se nos va;
las patas de tu caballo—echan fuego de alquitran,
y el freno que las sujeta—revuelto con sangre va.
No me mates en el monte,—que águilas me comerán;
matárasme en el camino,—que la gente me verá;
llamárasme un confesor,—que me quiero confesar.
—Allá arriba hay una ermita—que la llaman de San Juan,
y dentro hay un ermitaño—que al niño bautizará;
te bajaré del caballo,—dejaréte descansar.
Allegaron a la ermita—y él se comienza a apear;
y al posarla del caballo—ella principia a espirar.
Por la gracia de Dios Padre—el niño se puso a hablar:
«Dichosina de mi madre,—que al cielo sin culpa va:
desgraciada de mi abuela,—que en los infiernos está:
yo me voy al limbo oscuro,—mi padre lo pagará.»
Juramento hizo el Conde—sobre el vino y sobre el pan,
de no comer a manteles—sin a su madre matar:
dentro de un barril de pinchos—mandárala prisionar
y echarla po 'l monte abajo,—por peor muerte le dar.