LA
COCINA
TRADICIONAL
DE MARBELLA
Hablar de una
cocina típica de Marbella es bastante pretencioso por ignoto, pues difícilmente
encontremos un registro muy antiguo y porque, generalmente, un plato o un guiso
no se suele elaborar solo y exclusivamente en un municipio. Así, que tendremos,
nos guste o no, que hablar de “cocina marinera”, de cocina de la Garbía o del
occidente de Málaga. En los recetarios del siglo XIX se mencionan algunas
recetas acompañadas del topónimo Marbella, entre las que entresacamos “Los
huevos a la Marbella” que aparece en un bello libro de cocina, editado en 1899
por la tipografía “El Liberal” cuyo autor es A. Emel, titulado El
Huevo de Oro. En la obra nos
detallan su confección de la siguiente manera: “Prepárese una
salsa bechamel como para croquetas; añádase perejil picado, filetes de anchoas
en sal cortados en cuadritos y huevos duros picados también, divídanse en
bolas, pásense en pan rallado, dándole forma de huevo, bañarlos en huevo batido
y de nuevo en pan. Fríanse en abundante manteca (o aceite de oliva). Se sirven
en una fuente redonda, sobre servilleta, con salsa de tomate aparte”.
Sí que podemos
precisar que hay maneras concretas de acabar o de elaborar un determinado
guiso. Es lógico que en cada lugar, básicamente se comía lo que se producía. Por ello, en cada etapa histórica
la producción agrícola, la pesca cercana y la tradición determinaban la manera
de comer. En Marbella podemos hablar de una cocina del campo y otra de la mar y
de una conjunción de ambas. Históricamente, el agro marbellí ha producido
magníficas uvas y pasas, debemos recordar que numerosas fuentes refieren cómo
en el siglo XVII se exportaba vino desde Marbella a Inglaterra y cómo las pasas y almendras de
nuestra comarca en la etapa andalusí se despachaban al orbe conocido. También
buenas almendras e higos, cereales en no mucha cantidad pero sí variedad y cómo
no una gran variedad de hortalizas fruto del benigno clima y de las abundantes
aguas que nos arropan. Por otro lado, la mar nos brinda unas ricas sardinas,
que desde el siglo XIV, Ibn al-Jatib, las resaltaba por su extremada calidad, gustosos
jureles, coquinas, rascacios, almejas y un sinfín de peces, comestibles todos,
entre lo que antaño sobresalía el cazón.
Pues bien,
fruto de esos productos es nuestra cocina, rica y variada, muy mediterránea. En
el recetario mental, en los registros lingüísticos y en el comer diario de los
hogares populares perduran los guisos aprendidos, casi siempre, de madres a
hijas. Actualmente, corremos el peligro de que la globalización estrangule este
fenómeno en pos de unas formas de alimentarse foráneas a nuestro contexto. Por
ello, nuestra responsabilidad es, sin negarnos a lo extraño, salvaguardar
nuestros registros alimentarios. Para esto recordamos qué se come aún y qué se
comía antaño en Marbella. Entre muchos otros, debemos destacar los guisos mediterráneos y/o marineros entre los que
caracterizan los elaborados con fideos,
arroz o patatas con un sofrito, azafrán cuando lo había y si no colorante, a
los que se añadía cualquier pescado o molusco y a veces con unas habas tiernas
o alcachofas. Ellos han sido el sustrato sobre el que se ha formado parte del
acerbo gastronómico de nuestras gentes. En algún momento se ha referido “la sopa de tomate con sardinitas” como
típicas de nuestro entorno. Ciertamente, aquí se ha hecho desde que el tomate
llegó de América, pero no exclusivamente en nuestro municipio ya que tanto en
el interior, como al este y oeste de nuestra referencia territorial también se consume
desde hace bastante tiempo. Como gran parte de nuestra cocina su base es
un generoso sofrito, ¿qué sería nuestra
tradición culinaria sin esa fritura de cebolla, tomate, pimiento y ajo en
abundante aceite de oliva?, al que le añadimos agua, rebanadas finitas de pan
asentado o cateto, una ramita de hierbabuena, de nuevo colorante o pimentón, y
para rematarlo sardinitas evisceradas y descabezadas o un puñado de frescas
almejas o cualquier otro producto de la mar.
Fernando
Alcalá habló en su momento de la “cazuela
de cazón” como representativa de nuestro paisaje culinario. En esta, el
cazón y la almendra se maridan en el lecho de unas jugosas patatas produciendo
un plato muy nutritivo, económico y mediterráneo. Desgraciadamente, en nuestras
visitas al mercado, cada vez este tiburón vitamínico, se encuentra menos.
También, con el mismo pez, y a veces con palometa, nunca antes con rosada, se
elabora una receta muy tradicional en nuestra costa, se trata del “Bienmesabe” o “Adobo”. Su elaboración parte de una buena limpieza de sus carnes
magras y tras cortarlo en trozos o dados se pone a macerar en el adobo a base
de sal, ajos y orégano. Tras majarlo todo se le añade vinagre y colorante,
condimento o azafrán mezclándolo todo muy bien. Estas especias perfuman y dan
sabor al animal acuático que tras 2 o 3 horas queda magnífico. Una vez
reposado, lo pasamos por harina cada trozo antes de freírlo poco a poco en una
sartén honda. El aceite tiene que estar bien caliente y ser muy abundante. Muchos
habitantes de Marbella elaboran un plato muy exquisito pero tampoco exclusivamente
nuestro, se trata del “malcocinado”,
que no son nada más y nada menos que unos callos con garbanzos a los que se le
añade careta de cerdo, patas, tocino, chorizo, morcilla y en ocasiones magro de
cerdo. Aquí conocemos mujeres marbellíes que lo hacen magníficamente (yo todos
los años devoro el que hace Mariquilla Natera). Los denominados “en blanco” que podemos traducir por sopa de pescado, son otros de
los platos más populares de Marbella; se elaboran a partir de un caldo corto
confeccionado con cebolla, pimiento, tomate y ajo, un manojito de perejil,
laurel y un chorreón de aceite de oliva; al que se le añade una patata partida
en rodajas y se le incorpora al final trozos de pescado blanco. Variante de
éste, que a mi parecer es el plato popular más
representativo de una época de
Marbella y de las clases populares menos pudientes es el “en blanco de rábanos”, “sopa de rábanos” o “gazpacho caliente”
que consiste en el socorrido caldo corto con las hortalizas citadas al que se
le incorpora unos trozos de rábanos pelados y para terminar un rumboso puñado
de almejas o coquinas de nuestra costa. El paroxismo sensitivo de esta comida
se consigue si a la hora de degustarlo se le estruja media naranja agria. Pero
si hay una comida que, trascendiendo nuestra ciudad, tenga resonancias notorias
es el “gazpachuelo”, que el lenguaje
popular le atribuye el carácter de comida de duelo por su capacidad para
aplacar estómagos estragados a altas horas de la madrugada. Aquí, la mezcla de
aceite de oliva virgen y yema de huevo conforman una mahonesa, que se realza
cuando se hace a puño y con tenedor, que se diluye en el citado caldo al que se
le agrega la clara del huevo y unas rebanas de pan. La bonanza de los últimos
años ha generado nuevas formas añadiéndole un puñado de arroz, trozos de un
pescado blanco, con gambas o con coquinas. No debemos olvidar que el último
toque se lo da un golpe de limón abundante. Lógicamente el “pescaíto” frito, los pucheros,
el arroz, que no paella, en sus
miles formas, el potaje de coles con dos “semillas”, garbanzos y alubias con su
pringá y morcilla al final, los guisos
con hinojo, popularmente “sinojo”, incorporados desde la cercana Ojén
conocido por “Bolo”. Las tagarninas
en sus muchas variantes, los esparragos “sopeaos”,
los esparragaos, decenas de platos
que incluyen el saber de estas tierras y de estas gentes. Es responsabilidad de
los restauradores, el ofrecerlos y de
los comensales, el exigirlos para que esta “cultura” no se pierda y si alguien quiere
descubrirlos o aprender a hacerlos deberá introducirse en el interior de
algunos hogares en los que perduran estos sabores y estas formas, los tenemos
muy cerca, en muchas moradas en los alrededores de calle Lobata, Aduar y sobre
todo Santo Domingo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario