Tres son los enemigos del hombre
para la Santa Madre
Iglesia: mundo, demonio y carne. Evidente, el único real es solo el demonio pues los adyacentes son
directamente provocados por el mismo. La omnipresencia de Belcebú en la época
de la modernidad está más que estudiada. La creatividad, la imaginación y la
fuerza expresiva de los demonólogos son infinitas. En 1563, la obra De praestigiis daemonum, describe toda
una cosmogonía sobre el demonio y los infiernos; según esta el número de ellos
es de 23.097.690, de los cuales 77 serían generales y cada legión se compondría
de 6.666. Francisco Suárez, teólogo hispano del XVII, afirmaba que hay tantos
demonios como humanos pues cada persona tiene un ángel bueno y otro hijo de
Satán. Igualmente, en el siglo XV, Alonso de Espino contó 133.306.668 hijos de
Luzbel, y así sucesivamente per Secula
Seculorum. Se le representaba de miles de formas y maneras: un reptil,
macho cabrío, lobo, perro negro, mono, gato… Pero quizá lo más interesante sea
su carácter y habla. Michel de Certeu confeccionó un “certero” trabajo sobre el
lenguaje de los demonios conventuales, concluyendo que los demonios andaluces
son muy parecidos en su habla a los castellanos con la salvedad de que los
primeros son más locuaces. Teófanes Egido en su obra El miedo a los demonios en la época moderna, afirma que Santa
Teresa de Jesús, que tenía referencias pésimas sobre el clero andaluz, y que lo
pasó tan mal en Sevilla, afirmaba que en Andalucía los demonios andaban más
sueltos y que eran más malos. Sobre sus fechorías, andanzas y vida nocturna no
vamos a incidir pues son de todos conocidas. Por el contrario, es más que
oportuno recordar que gran parte de la lucha contra Satán estuvo en manos de la Inquisición. Buena
muestra de ello es lo que le ocurrió a un marbellí llamado Juan Antonio Gascón
y Mora, clérigo de Prima y guarda de a
caballo de la ciudad de Marbella, y marido de doña Josefa Moreno, según el
legajo 45-16 del Archivo Histórico Nacional, sección Inquisición. Transcurría
el mes de septiembre de 1775 en Madrid, siendo las 3 o 4 de la tarde pues no
recordaba bien. Paseaba por las afueras de la muralla acompañado de Atanasio
del Río, ministro de ventas. Y declaraba ante el poderoso tribunal que: “en
esta villa, en aquel campo, fui tentado por el demonio por la miseria e
infelicidad en que nos hallábamos pues no teníamos qué comer ni de dónde
pudiera venir. Dije que renegaba de Dios, nuestro señor, y llamé a los demonios
para que me dieran la cantidad de diez mil reales diarios y entonces, llevado
del interés y la codicia, dije dichas palabras”. Ni que decir tiene que fue
escuchado y denunciado ante el Tribunal de la Santa Inquisición
por Atanasio tras su arrepentimiento. Ocho años duró el proceso en diversas
ciudades y especialmente en Toledo. Tuvo que retractarse en los siguientes
términos: “no fue de intención ni de corazón. Sino exteriormente, de boca, y el
enemigo no vino ni vimos nada y viendo esto dijimos que el demonio podía poco.
Pues sin la licencia de dios, no podía nada esta es la verdad y lo que me
acuerdo (…) Pido perdón a Dios nuestro Señor verdadero y tres personas
distintas y creo todo lo que es nuestra Madre Iglesia, apostólica, romana y en
esta fe y creencia quiero vivir y morir (…) y pido al Tribunal de la Santa Inquisición
tenga piedad de mi pecado”. Fue juzgado en audiencia por un tribunal
constituido por Francisco Javier Uximal que mandó entrar a los reverendos
padres Manuel de Algete, capuchino y fray Isidro de la Concepción, carmelita.
Dieron su sentencia teológica en los siguientes términos: “dicho sujeto se ha
espontaneado y dice que profirió dicha proposición que no fue de corazón, sino
solo en la boca, y contra su conducta de vida y costumbre nada resulta (fueron
consultados más de veinte tribunales provinciales para saber si había algún
otro cargo contra él). Dijeron que no lo tienen por reo, ni culpable en la
proposición”. En 1776 lo acomodaron en Rentas Reales en el estanque del tabaco
de Casares, y permutó con un guarda de a caballo de la ciudad de Marbella. El
proceso finalizó en 1783. Laus deo.
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