Alexis
de Tocqueville y mi generación.
"Si
imagino con qué nuevos rasgos podría el despotismo implantarse en el mundo, veo
una inmensa multitud de hombres semejantes, iguales y sin privilegios que los
distingan, incesantemente girando en busca de pequeños y vulgares placeres, con
los que contentan su alma, pero sin moverse de su sitio. Cada uno de ellos,
apartado de los demás, es ajeno al destino de los otros; sus hijos y sus amigos
constituyen para él toda la especie humana; por lo que respecta al resto de sus
conciudadanos, están a su lado y no los ve; los toca y no los siente; (…) Por encima de estos se alza un poder
inmenso y tutelar que se encarga exclusivamente de que sean felices y de velar
por su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno. Se
asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, por
el contrario, no persigue más objeto que fijarlos irrevocablemente en la
infancia; este poder quiere que los ciudadanos gocen con tal de que no piensen
sino en gozar y divertirse. Se esfuerza con gusto en hacerlos felices, pero en
esa tarea quiere ser el único agente y el juez exclusivo; pone al alcance sus
placeres, conduce sus asuntos principales, dirige su industria, regula sus
traspasos, divide sus herencias; ¿no podría librarles por entero de la molestia
de pensar y el derecho de pensar y el trabajo de vivir?". El texto no es
mío, como es fácil de adivinar, pertenece a Alexis deTocqueville. Este pensador
liberal francés fue una de las mentes más lúcidas de su tiempo, murió en 1859,
y, más que nunca, sus enseñanzas tienen vigencia en esta época plena de
mediocridad y de desaliento. Desde mi punto de vista fueron tres las
principales aportaciones teóricas. Con la primera, señaló el paso del homo hierarchicus al homo aequalis, en resumidas cuentas viene a decir que el mundo contemporáneo, y él
vivió en el siglo XIX, está caracterizado por la debilidad o flaqueza del
deseo, por la indiferencia mutua y por el individualismo de las muchedumbres.
Con la segunda, diagnosticó en su obra La
democracia en América, cómo los Estados Unidos de América representaban una
forma de vida, que se extendería por todo el orbe, caracterizada ésta por una
permanente insatisfacción, a la que se
intentaría contentar con el consumo desmesurado. Y la tercera, obsoleta a
la vez que de gran vigencia en la
actualidad, es el permanente antagonismo entre libertad e igualdad. La tensión que surge entre la consagración de
las libertades públicas y privadas con la igualdad más absoluta, que es el eje
central de su obra, no hay quién la rompa. El papel del Estado en este dilema es
crucial. También lo predijo y no se equivocó, pues actualmente, la incesante
búsqueda del “Papá Estado” en su vertiente neoliberal y socialdemócrata, está
consiguiendo unos niveles imprevisibles. Todo el mundo quiere vivir de él,
ciudadanos, organizaciones no gubernamentales, partidos políticos, asociaciones
de todo tipo y hasta los sindicatos no
cesan de pedir, para sobrevivir, que el Gobierno los subvencione más y más. Paradójicamente,
lo curioso del fenómeno es que en paralelo se criminaliza al funcionariado y además,
es de destacar, que estas instituciones, en su mayoría presentan una total
ausencia de alternativas de nuevos modelos socioeconómicos; el tradeunismo se
ha apoderado de ellas. Tal presencia del Estado parece venir predeterminado por
la antiquísima tensión, anteriormente descrita, entre igualdad y libertad. En
los regímenes del extinto mundo soviético la primacía de la igualdad produjo,
para asombro de la humanidad, inmensas bolsas de pobreza. Por su parte el liberalismo económico primó la
libertad y ha generado un modelo económico, que en nuestros días sufrimos, en
el que un tercio de la población vivirá en muy aceptables condiciones, otro
tercio muy esporádicamente accederá a
puestos de trabajo mal remunerados, que le procurará sobrevivir, bajo la
angustia y con la esperanza de que en algún momento podrá acceder al primer
grupo. Y el último, al que no debemos engañar, jamás trabajará; vivirá
subsidiado lo suficiente para no morir de hambre. Evidentemente, todos tenemos
claro, lo que un amigo mío, bastante cristiano por cierto, cuenta cuando se
habla del problema islámico insiste éste arduamente: “No te fíes, todas las
religiones son falsas, pero si hay que elegir alguna, debemos elegir la nuestra,
que para eso es la verdadera”. Sirva esto de parangón para, elocuentemente,
afirmar que para las clases medias y altas la libertad prima sobre el igualitarismo y viceversa, ya conocéis la
afirmación de Lenin: ¿Libertad para qué? De alguna manera, Tocqueville, resumía
el irresoluto dilema en elegir entre “despotismo democrático” o “despotismo
igualitario”. En cualquier caso, nuestra generación se ha perdido en el proceso
y ha optado por encerrarse a leer o a crear en su caso. Hemos abandonado, los
hombres y mujeres que protagonizamos un cambio sustancial simplemente hemos
olvidado. Y no me refiero a los políticos oficiales, algunos de los cuales, fueron la parte visible del iceberg, muchos
de ellos manchados de heces por su
visible presencia fuera del agua; me
refiero a los miles de ciudadanos que debatían y sufrían las últimas
dentelladas de un régimen que nunca debió de existir.
Nuestros actuales debates han
olvidado lo esencial, ya no debatimos sobre lo básico. Pero aún estamos
presentes, no nos rindamos. El primer paso es transformar la vida cotidiana.
Agnes Heller decía que ésta era “el espejo de la historia”. Ahora, con el
inmenso aporte, e incremento de recursos, que las mujeres aportan en la
actualidad, podemos cambiar el sentido de la cotidianidad, creer que una vez
nos pudimos equivocar, pero que es posible otra manera y otra forma de organizarnos.
¿Le daremos la razón a un aristócrata francés? Que a principios del siglo XIX,
cuando diseñó con precisión de cirujano nuestras vidas: “sus hijos y sus amigos
constituyen para él toda la especie humana; por lo que respecta al resto de sus
conciudadanos, están a su lado y no los ve; los toca y no los siente”. Si hay
algo que detesto es lo socialmente establecido y lo políticamente correcto, y ya
somos mayorcitos para saber qué conjunto de anclajes y creencias lo forman.
Desde 1975 hasta hoy han pasado 35 años, casi toda nuestra vida y algo ha
cambiado en nuestro país, ¿no os parece? Y ya que los partidos políticos han
perdido, totalmente, su capacidad de análisis, además de otras cosas, el primer
paso para cambiar nuestra rutina y mecánica inamovible es la transformación de la
vida cotidiana y junto a ésta los condicionamientos ideológicos que el
conductismo ha logrado explicar. Las causas y los efectos no son siempre los
mismos, en términos psicosociológicos, si no los condicionamos. En palabras de
Goffman, la vida cotidiana se caracteriza por ser el: “conjunto de estrategias
entendidas como comportamientos que nos permiten crear la red de caminos”. Pero
para ello tenemos que vernos las caras y
salir, romper las dietas, abandonad Internet, cerrar un poco los libros y levantarse del sofá. ¡Demos un paso más, una vez más! ¡Busquemos
estrategias nuevas que las hay! O me pongo a leer y Ad
calendas greccas.
Andrés García Baena.
DNI 75670536.
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