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lunes, 20 de octubre de 2014

Alexis de Tocqueville y mi generación.



Alexis de Tocqueville y mi generación.

"Si imagino con qué nuevos rasgos podría el despotismo implantarse en el mundo, veo una inmensa multitud de hombres semejantes, iguales y sin privilegios que los distingan, incesantemente girando en busca de pequeños y vulgares placeres, con los que contentan su alma, pero sin moverse de su sitio. Cada uno de ellos, apartado de los demás, es ajeno al destino de los otros; sus hijos y sus amigos constituyen para él toda la especie humana; por lo que respecta al resto de sus conciudadanos, están a su lado y no los ve; los toca y no los siente;  (…) Por encima de estos se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga exclusivamente de que sean felices y de velar por su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno. Se asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, por el contrario, no persigue más objeto que fijarlos irrevocablemente en la infancia; este poder quiere que los ciudadanos gocen con tal de que no piensen sino en gozar y divertirse. Se esfuerza con gusto en hacerlos felices, pero en esa tarea quiere ser el único agente y el juez exclusivo; pone al alcance sus placeres, conduce sus asuntos principales, dirige su industria, regula sus traspasos, divide sus herencias; ¿no podría librarles por entero de la molestia de pensar y el derecho de pensar y el trabajo de vivir?". El texto no es mío, como es fácil de adivinar, pertenece a Alexis deTocqueville. Este pensador liberal francés fue una de las mentes más lúcidas de su tiempo, murió en 1859, y, más que nunca, sus enseñanzas tienen vigencia en esta época plena de mediocridad y de desaliento. Desde mi punto de vista fueron tres las principales aportaciones teóricas. Con la primera, señaló el paso del homo hierarchicus al homo aequalis, en resumidas cuentas viene  a decir que el mundo contemporáneo, y él vivió en el siglo XIX, está caracterizado por la debilidad o flaqueza del deseo, por la indiferencia mutua y por el individualismo de las muchedumbres. Con la segunda, diagnosticó en su obra La democracia en América, cómo los Estados Unidos de América representaban una forma de vida, que se extendería por todo el orbe, caracterizada ésta por una permanente insatisfacción,  a la que se intentaría contentar con el consumo desmesurado. Y la tercera, obsoleta a la  vez que de gran vigencia en la actualidad, es el permanente antagonismo entre libertad e igualdad.  La tensión que surge entre la consagración de las libertades públicas y privadas con la igualdad más absoluta, que es el eje central de su obra, no hay quién la rompa. El papel del Estado en este dilema es crucial. También lo predijo y no se equivocó, pues actualmente, la incesante búsqueda del “Papá Estado” en su vertiente neoliberal y socialdemócrata, está consiguiendo unos niveles imprevisibles. Todo el mundo quiere vivir de él, ciudadanos, organizaciones no gubernamentales, partidos políticos, asociaciones de  todo tipo y hasta los sindicatos no cesan de pedir, para sobrevivir, que el Gobierno los subvencione más y más. Paradójicamente, lo curioso del fenómeno es que en paralelo se criminaliza al funcionariado y además, es de destacar, que estas instituciones, en su mayoría presentan una total ausencia de alternativas de nuevos modelos socioeconómicos; el tradeunismo se ha apoderado de ellas. Tal presencia del Estado parece venir predeterminado por la antiquísima tensión, anteriormente descrita, entre igualdad y libertad. En los regímenes del extinto mundo soviético la primacía de la igualdad produjo, para asombro de la humanidad, inmensas bolsas de pobreza. Por  su parte el liberalismo económico primó la libertad y ha generado un modelo económico, que en nuestros días sufrimos, en el que un tercio de la población vivirá en muy aceptables condiciones, otro tercio muy  esporádicamente accederá a puestos de trabajo mal remunerados, que le procurará sobrevivir, bajo la angustia y con la esperanza de que en algún momento podrá acceder al primer grupo. Y el último, al que no debemos engañar, jamás trabajará; vivirá subsidiado lo suficiente para no morir de hambre. Evidentemente, todos tenemos claro, lo que un amigo mío, bastante cristiano por cierto, cuenta cuando se habla del problema islámico insiste éste arduamente: “No te fíes, todas las religiones son falsas, pero si hay que elegir alguna, debemos elegir la nuestra, que para eso es la verdadera”. Sirva esto de parangón para, elocuentemente, afirmar que para las clases medias y altas la libertad prima sobre  el igualitarismo y viceversa, ya conocéis la afirmación de Lenin: ¿Libertad para qué? De alguna manera, Tocqueville, resumía el irresoluto dilema en elegir entre “despotismo democrático” o “despotismo igualitario”. En cualquier caso, nuestra generación se ha perdido en el proceso y ha optado por encerrarse a leer o a crear en su caso. Hemos abandonado, los hombres y mujeres que protagonizamos un cambio sustancial simplemente hemos olvidado. Y no me refiero a los políticos oficiales, algunos de los cuales,  fueron la parte visible del iceberg, muchos de  ellos manchados de heces por su visible presencia fuera  del agua; me refiero a los miles de ciudadanos que debatían y sufrían las últimas dentelladas de un régimen que nunca debió de existir.
Nuestros actuales debates han olvidado lo esencial, ya no debatimos sobre lo básico. Pero aún estamos presentes, no nos rindamos. El primer paso es transformar la vida cotidiana. Agnes Heller decía que ésta era “el espejo de la historia”. Ahora, con el inmenso aporte, e incremento de recursos, que las mujeres aportan en la actualidad, podemos cambiar el sentido de la cotidianidad, creer que una vez nos pudimos equivocar, pero que es posible otra manera y otra forma de organizarnos. ¿Le daremos la razón a un aristócrata francés? Que a principios del siglo XIX, cuando diseñó con precisión de cirujano nuestras vidas: “sus hijos y sus amigos constituyen para él toda la especie humana; por lo que respecta al resto de sus conciudadanos, están a su lado y no los ve; los toca y no los siente”. Si hay algo que detesto es lo socialmente establecido y lo políticamente correcto, y ya somos mayorcitos para saber qué conjunto de anclajes y creencias lo forman. Desde 1975 hasta hoy han pasado 35 años, casi toda nuestra vida y algo ha cambiado en nuestro país, ¿no os parece? Y ya que los partidos políticos han perdido, totalmente, su capacidad de análisis, además de otras cosas, el primer paso para cambiar nuestra rutina y mecánica inamovible es la transformación de la vida cotidiana y junto a ésta los condicionamientos ideológicos que el conductismo ha logrado explicar. Las causas y los efectos no son siempre los mismos, en términos psicosociológicos, si no los condicionamos. En palabras de Goffman, la vida cotidiana se caracteriza por ser el: “conjunto de estrategias entendidas como comportamientos que nos permiten crear la red de caminos”. Pero para ello  tenemos que vernos las caras y salir, romper las dietas, abandonad Internet, cerrar un poco los libros y  levantarse del sofá.  ¡Demos un paso más, una vez más! ¡Busquemos estrategias nuevas que las hay! O me pongo a leer y  Ad calendas greccas.

Andrés García Baena.
DNI 75670536.

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